Es una de las primeras emociones que experimentamos y surge cuando no logramos conseguir un objetivo, llegar a una meta o satisfacer un deseo; también cuando sentimos que algo o alguien nos ataca, lastima, amenaza o nos tratan de manera injusta. Hay una sensación intensa de frustración, nuestra energía aumenta y se dirige a la defensa, el ataque o a resolver lo que nos desagrada.
Aunque hay otras emociones que también son desagradables y aparecen en situaciones similares, en la ira tenemos el pensamiento y la sensación de que si podemos hacer algo para cambiar la situación que nos ocurre; por eso reaccionamos de manera intensa buscando modificar o destruir aquello que nos lastima.
Es una de las emociones que se siente con mayor intensidad porque activa nuestro cuerpo hacia la defensa o el ataque. El ritmo de nuestro corazón aumenta, también el de nuestra respiración. Nuestro cuerpo se prepara para actuar así que sentimos nuestros músculos tensos, principalmente el estómago, el cuello, los brazos, las manos y muchas veces apretamos la mandíbula.
En ocasiones esta emoción nos genera necesidad de gritar, de empujar o golpear algo para aliviar la tensión que sentimos en el cuerpo.
Cuando la ira dura mucho tiempo, reaccionamos sin control porque nuestros pensamientos se apagan por un momento y podemos llegar a ser agresivos.
La ira nos llena de energía, nos da fuerza para lograr tareas que podrían ser muy difíciles de otra manera; nos ayuda a defendernos a protegernos y también puede ayudarnos a resolver conflictos.
Es el motor que cumple la función de protección y defensa, nos hace sentir más seguros y puede ayudar a que otras emociones (como la tristeza) desaparezcan.
La ira es como un semáforo rojo que nos alerta sobre situaciones frustrantes, dañinas, injustas, amenazantes o que afectan nuestros límites de seguridad y nos impulsa a actuar para resolverlas.
Al ser una de las emociones con más fuerza física en su manifestación, si no la sabemos usar correctamente, puede provocar mucho daño; así que recuerda:
- Habla con tu hijo acerca de las cosas que le molestan o no le gustan, en un momento en que estén tranquilos, para que identifiquen las causas de la ira. Recuerda que en el momento más intenso la mente se pone en pausa, así que háganlo como una práctica constante.
- Cuando aparezca la ira permitan que haya espacio y distancia. No es necesario enfrentar en el momento.
- Reconozcan la ira. No la nieguen ni la repriman, no se avergüencen ni sientan culpa por ello.
- Respirar, correr, pintar, escuchar música, cantar o platicar; es decir, realiza alguna actividad que distraiga tu mente de lo que provocó tu ira.
Trabajen la empatía. Imaginen cómo se sienten los demás involucrados para encontrar la mejor solución.